La directora Gabriela Naso presenta su documental Las voces del silencio en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata y en el Festival de Cine Ibero-Latinoamericano de Trieste. La película recupera los testimonios de excombatientes de Malvinas que fueron víctimas de torturas a manos de sus superiores de la dictadura y que aún hoy reclaman justicia.
A más de cuatro décadas del conflicto bélico del Atlántico Sur, Las voces del silencio se propone revisar la historia desde un ángulo poco explorado: el de los soldados argentinos que padecieron no solo el frío y el hambre, sino también la violencia de sus propios mandos militares.
Con una mirada crítica sobre el relato heroico que moldeó la memoria oficial de la guerra, el film de Gabriela Naso interpela al Estado, a la Justicia y a la sociedad sobre las deudas pendientes con quienes se animaron a denunciar los crímenes cometidos durante la dictadura.
–El documental rescata testimonios de excombatientes que rompieron con el silencio impuesto por la dictadura y luego por el propio sistema judicial. ¿Cómo fue el proceso de acercamiento a ellos?
—Yo llegué al tema desde el periodismo. En 2016 escribía para la agencia de noticias AUNO de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, donde estudié. Cubría temas de derechos humanos y ese año el Centro de Ex Combatientes Islas Malvinas de La Plata (CECIM), lanzó la campaña Identidad de los 123 NN. Me contacté con ellos para una nota y su secretario de Derechos Humanos me contó sobre la causa judicial que investiga los tormentos, abusos y amenazas sufridos por los soldados conscriptos durante la guerra. Era la primera vez que escuchaba hablar de torturas en Malvinas. Hasta entonces, la guerra se me había presentado solo en términos de gesta militar vinculada al 2 de abril.

–En la película se pone en cuestión el relato épico de la guerra y se propone una mirada crítica sobre la noción de “gesta heroica”. ¿Cómo trabajaste esa tensión entre memoria, identidad y patriotismo?
—A partir de ese primer contacto empecé a investigar y a vincularme con distintos excombatientes y abogados de la causa. Fue un vínculo de confianza que se fue construyendo durante años. Primero cubrí el tema en prensa escrita y luego lo retomé en mi tesis de maestría en Periodismo Documental en la Universidad de Tres de Febrero (UNTREF). Descubrí que las narrativas audiovisuales sobre Malvinas solían centrarse en dos ejes: la gesta militar o las secuelas emocionales, pero no en las torturas.
El documental parte de una premisa clara: no hay gesta en dictadura. Una dictadura debilitada recurrió a Malvinas para perpetuarse en el poder y envió a jóvenes que no estaban preparados, con armamento que no funcionaba y sin abrigo suficiente. En ese contexto, cuando los soldados intentaban conseguir alimento, la respuesta de los superiores era la tortura. Luego, esa misma dictadura les impuso el silencio y trabajó junto a los medios para instalar el relato heroico que todavía cuesta desmontar.
–A 43 años del conflicto y con causas judiciales aún sin resolver, ¿qué lugar ocupa hoy la lucha de estos excombatientes en la memoria colectiva?
—Creo que cada vez más la sociedad argentina toma conciencia de que hubo torturas en Malvinas y de que los soldados conscriptos fueron víctimas del terrorismo de Estado. No fue sencillo, porque al principio no había una escucha social.
La causa judicial comienza recién en 2007, en el marco de la reapertura de los juicios de lesa humanidad. Desde entonces se multiplicaron los testimonios y los organismos de derechos humanos se sumaron al reclamo de justicia.
Para mí era fundamental rescatar esta historia como un aporte a la memoria colectiva. La confianza que se generó con los protagonistas permitió ir muy profundo en las entrevistas. Me interesa estar ahí no solo como periodista o documentalista, sino como alguien que contiene a quien habla, que crea un lugar seguro para que las víctimas puedan traer su pasado al presente.
–El film combina testimonios con imágenes de los paisajes fueguinos. ¿Qué rol cumplen esos espacios visuales en la narración?
—Las imágenes de Tierra del Fuego, de Río Grande y Ushuaia, cumplen una doble función. Por un lado, sostienen los testimonios más duros, evocando la geografía donde ocurrieron los hechos; y por otro, permiten trabajar la continuidad geográfica entre el continente y las islas, como una forma de reafirmar la soberanía.
También muestran los contrastes: muchos soldados provenían de provincias del norte, como Chaco o Corrientes, y fueron arrancados de un clima cálido para enfrentar el frío extremo. Ese contraste está en el corazón del film.
Además, trabajamos el tema de los monumentos. En Río Grande, por ejemplo, hay tanques y aviones en los espacios públicos; es un discurso que actúa las 24 horas. En cambio, en La Plata, el monumento fue resignificado como sitio de memoria con las palabras Memoria, Justicia y Soberanía. Esa diferencia también cuenta cómo se construye la memoria en distintos territorios.
–La película fue premiada en el Festival Cine en Grande y ahora llega a Mar del Plata y Trieste. ¿Qué representa este recorrido internacional?
—El premio en Río Grande fue muy significativo porque es la ciudad donde está radicada la causa judicial. La comunidad acompaña desde hace años ese reclamo, y proyectar allí Las voces del silencio tuvo una carga simbólica enorme. Ese reconocimiento nos permitió llegar al Festival de Mar del Plata, que por su visibilidad puede darle impulso no solo a la película, sino a la causa misma.
Además, el film estará en Trieste, y eso nos llena de alegría porque puede acercar el reclamo a otros organismos de derechos humanos internacionales. Como equipo, lo que más nos importa es que el documental contribuya a visibilizar una lucha que sigue abierta: la de los excombatientes que aún esperan justicia.
Foto de la nota: Gabriela Naso durante el estreno del documental el 1° de abril de 2025 (Crédito Nicolás Borojovich)
