La llegada de Peter Lamelas como embajador de Estados Unidos a la Argentina no es una formalidad diplomática: es una avanzada de control político, económico y territorial.

Peter Lamelas viene a garantizar que Cristina Fernández de Kirchner “reciba lo que merece”, a condicionar las decisiones de las provincias, a monitorear nuestras inversiones, frenar las alianzas con China y otros actores no alineados, y a custodiar los recursos estratégicos bajo la lógica de los intereses norteamericanos. Su misión, confesada ante el Senado de su país, es impedir que Argentina actúe con autonomía. No representa un vínculo entre iguales, sino un nuevo capítulo del patrón colonial.
Así lo reconoció abiertamente ante el Senado norteamericano, cuando explicó que uno de sus principales objetivos sería “limitar la influencia maligna” de potencias como China, Irán, Cuba y Venezuela en América Latina. Ese lenguaje no es inocente: es el código con el que se justifica la injerencia extranjera, la subordinación económica y el disciplinamiento político. La doctrina de la Guerra Fría, reciclada con ropaje diplomático.
Este nuevo desembarco estadounidense no es una excepción: es el reflejo directo de un gobierno argentino que ha optado por la entrega. Javier Milei ha convertido la política exterior en una plataforma de sumisión ideológica, comercial y militar. Renunció a los BRICS, dinamitó el vínculo con China —nuestro segundo socio comercial— y se ha alineado sin matices con Estados Unidos e Israel, incluso en conflictos donde la neutralidad soberana era una exigencia moral y diplomática.
Un proyecto de control total
La función de Lamelas no se limita al plano protocolar. Viene a encabezar una intervención estructural sobre los resortes estratégicos del Estado argentino. Desde la embajada se buscará definir qué inversiones son viables, qué acuerdos comerciales son “aceptables”, qué gobernadores son “confiables” y qué actores políticos deben ser neutralizados. Ya anticipó que recorrerá las 23 provincias. ¿Qué embajador extranjero recorre los distritos de un país federal como si se tratara de un supervisor territorial?
El objetivo es claro: vigilar el comportamiento de los gobiernos locales, asegurarse de que no avancen proyectos con China u otras potencias no alineadas, condicionar el desarrollo del litio, la energía, las telecomunicaciones, los puertos y los satélites. En definitiva, bloquear cualquier intento de autonomía regional. Vaciar la soberanía desde adentro.
Recursos estratégicos bajo amenaza
El litio, el gas, los minerales raros, el sistema científico-tecnológico, las rutas comerciales y energéticas: todo está en disputa. Estados Unidos no disimula su ambición de control sobre esos activos. La narrativa de la “influencia maligna” funciona como doctrina para impedir que esos recursos se desarrollen bajo lógicas nacionales o en asociación con potencias del Sur global.
Mientras tanto, el gobierno nacional desmantela las capacidades estratégicas del Estado: desfinancia organismos como el CONICET, el INTA o el INTI; impulsa privatizaciones masivas; firma tratados de libre comercio que erosionan la soberanía jurídica. Es la receta clásica del colonialismo económico: desindustrializar, desorganizar, debilitar y extraer.
Intervención judicial encubierta
Pero el punto más grave de esta avanzada fue la afirmación de Lamelas sobre la principal dirigenta opositora de la Argentina. En la misma audiencia ante el Senado estadounidense, expresó su deseo de que “Cristina Fernández de Kirchner reciba lo que merece”. Esa frase, lejos de ser una opinión diplomática, es una declaración política con implicancias alarmantes: valida la persecución judicial y mediática contra Cristina, respalda el lawfare y sugiere un rol activo en su proscripción.
Que un embajador norteamericano opine con ese nivel de intervención sobre su destino revela el verdadero alcance de esta embajada: no es representación diplomática, es operador de disciplinamiento político.
Diplomacia de inteligencia y Estado tutelado
La figura de Peter Lamelas responde a una diplomacia que no busca vínculos entre pares, sino plataformas de influencia estratégica. No es un embajador convencional: su formación en seguridad, contraterrorismo e inteligencia lo ubica en una categoría distinta. Forma parte de un modelo global en el que las embajadas operan como centros de articulación política, disciplinamiento judicial y recopilación de inteligencia.
Esta lógica no es nueva en América Latina, pero hoy se presenta con ropajes institucionales y lenguaje técnico. El riesgo no es solo el condicionamiento externo: es la reconstrucción de un Estado tutelado, monitoreado y cooptado desde adentro.
El nuevo rostro del colonialismo
El colonialismo del siglo XXI no siempre necesita invadir territorios. Estamos ante una nueva fase en la que basta con ocupar las decisiones. Ya no hacen falta marines para avanzar sobre un país: alcanza con embajadas hiperactivas, tratados desiguales, fondos de inversión, operadores judiciales y grandes medios de comunicación. No se impone con tropas, sino con condicionamientos. No se presenta con banderas, sino disfrazado de “cooperación”.
Este es el modelo que Lamelas viene a consolidar: una Argentina subordinada, vigilada, despojada de autonomía y obligada a alinearse con una agenda geopolítica ajena a sus intereses. Una Argentina donde pensar en términos nacionales, populares o regionales es castigado. Donde la soberanía es tratada como amenaza y no como derecho.
La autodeterminación no se negocia
Frente a este escenario, urge recuperar una mirada descolonizadora, latinoamericana, emancipadora. La libre determinación de los pueblos no es un lujo simbólico: es la base del desarrollo con justicia social, del federalismo con dignidad, de la integración regional como horizonte compartido.
La Argentina no puede aceptar que embajadores extranjeros definan nuestras alianzas, nuestras inversiones, nuestras dirigencias ni nuestro modelo de país. No puede naturalizar amenazas, ni silencios cómplices. No puede volver a ser lo que tantas veces resistió ser: una colonia al servicio de intereses ajenos.