(10 de diciembre de 2023)
Por Pablo Mercau
Asumió el presidente de La Libertad Avanza. Entre todas las incógnitas que rodean la administración del Estado a cargo de Javier Milei, está conocer el derrotero que tendrá su búsqueda de marcar una era y las posibilidades de lograrlo.
La primera tentación de quién accede a algún cargo de poder es pensar o sentir que una nueva era comienza.
Pero ahí está la realidad, tozuda e implacable, para mostrar que las cuentas a pagar esperan en los cajones del escritorio, que los reclamos que uno mismo hacía frente a los anteriores mandatarios responsables del cargo que se ocupa, son ahora los que resuenan como tamborcito que late en las puertas de la oficina.
Hay, además, otro peligro en la oportunidad que tienen los presidentes electos, solo 8 personas desde hace exactamente 40 años. Es el peligro de buscar, al precio que fuera, el ismo.
Una condición necesaria, pero no suficiente para mantenerse y perdurar. Un desafío que todos sueñan y no muchos logran.
Raúl Alfonsín, a su modo, pudo lograrlo. Desde la condición de minoría rebelde en la conservadora Unión Cívica Radical, supo a fuerza de convicciones y alineamientos de su época, convertirse en líder de su tiempo y proyectar la figura más allá de su mandato.
Hay un alfonsinismo casi visceral, que con el paso de los años dejó atrás el pantalón gris y el saco azul, pero que perdura como el mito fundante de la democracia.
Carlos Menem, por su parte, logró entender la dirección de su tiempo y acomodar la dirección de la nave en algo que la historia no siempre mira. Un verdadero viento de cola de la historia que le sirvió para armar un escenario que le permitió, durante casi una década generar un aura que se mantiene.
A la Convertibilidad menemista se la ama o se la odia, pero se la tiene presente en el parte diario de los recuerdos que no se van.
La memoria
Un menemismo que dejó huellas en la cultura del consumo, que marca también una línea. Con la democracia también se consume, podría haber agregado Carlos. El problema, siempre, es el juego de la silla, donde se dan vueltas pero no todos se sientan.
Fernando De la Rúa había sido durante casi 30 años un político gris y eficiente en la maquinaria radical. Su autopercibido aburrimiento lo llevó a aceptar que esa característica sea parte de un spot de campaña.
Su repliegue a sí mismo, en la noche de la tragedia de diciembre 2001, habla también de cómo el límite al intento de construir un delarruismo no era posible solo con Juan Pablo Baylac, Nicolás Gallo y los amigos de Antonio.
Néstor Kirchner había proyectado su propia carrera presidencial para el año 2007. Pero el estallido de la Década del 90 aceleró los tiempos. Con Eduardo Duhalde (cuya no elección por el voto directo lo deja afuera de este recorrido de ismos), en la Casa Rosada y probando variantes fallidas, mayo de 2003 se convirtió en el octubre del patagónico.
La renuncia de Menem al ballotage lo puso en el Gobierno con, varias veces repetidos, más desocupados que votantes propios.
Si la construcción del ismo propio requiere algún grado de audacia, qué duda cabe sobre este punto en la trayectoria del patagónico.
Del Chirolita de Duhalde a enfrentarlo en las urnas, pasaron menos de dos años. Se animó y el pleno de su época le devolvió una marca que dos décadas después hace huella.
El doble comando con Cristina Fernández (hay un cristinismo sin Néstor?); su temprana muerte y el mito de la refundación de la política, son ejes del relato. Una palabra tan criticada, acaso por quiénes no articulan explicaciones más contundentes.
Todas las épocas tienen relato. Acaso un par dialéctico imposible de separar.
Contar la Historia.
Precisamente la crítica al relato, fue la columna vertebral de un nuevo relato: el construido por el macrismo. Mauricio Macri encarnó en definitiva la otra cara de la moneda que quedó flotando en el aire después de la hecatombe de 2001. Los que habían “entrado” a la política, los herederos del hombre “común” que se metía en el barro, con la idea de no salir embarrado. Mauricio armó equipo y se animaron, los istas de Macri, a definirlo como el mejor de los “últimos cincuenta años”. Con el plus de querer enterrar una época como la del peronismo, con la negación de la sucesión de los tiempos, que no ofrece cortes abruptos sino fundido de imágenes.
Alberto Fernández fue el primer presidente con un rasgo que nadie había tenido en los años precedentes. Su intento, nunca del todo claro si asumido o no, de crear un albertismo estuvo envuelto en la primera de las dificultades: romper con la matriz que lo contuvo y hasta lo formateó. El kirchnerismo, del que alguna vez se autopercibió fundador, terminó siendo el muro que no supo, no quiso o no pudo romper.
Otro ismo perdido en el mar de la intrascendencia, acaso en cuentagotas con el correr de los meses de una gestión que terminó este domingo, con una foto de traspaso que mostró a Alberto con una figura desdibujada. La imagen del final habla por sí misma.
A exactos 40 años de la asunción de Raúl Alfonsín, en una jornada que dio inicio al período más largo de institucionalidad de la historia, llega a la presidencia Javier Milei.
Es el octavo presidente elegido por las urnas y el decimotercero si se consideran los que ocuparon el cargo de manera transitoria y producto de otras variables, como la acefalía de 2001 y la decisión judicial de 2015. Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Saá, Eduardo Camaño, Eduardo Duhalde, en la semana de la hecatombe de 2001. Federico Pinedo, en el interregno interpretativo de la jueza María Servini, en 2015.
A los 13 nombres de quienes ocuparon el llamado sillón de Rivadavia, se le suman las 10 personas con el cargo de vicepresidente, en orden desde 1983 hasta el presente: Víctor Martínez (con Alfonsín); Eduardo Duhalde y Carlos Ruckauf (con Menem); Daniel Scioli (con Kirchner); Julio Cobos y Amado Boudou (con Cristina); Gabriela Michetti (con Macri); Cristina Fernández (con Alberto) y desde este domingo Victoria Villarruel (con Milei).
Milei llega con los votos del ballotage y la legalidad del mandato que encabeza por los próximos cuatro años. Su primer discurso, de espaldas al Congreso de la Nación a la Asamblea Legislativa (inédito en las transiciones gubernamentales), estuvo marcado por la misma línea que trazó durante la campaña. A partir la la herencia recibida, a la que calificó como la “peor de la historia”, anunció un plan de ajuste de shock, que remite casi calcadas en sus palabras a momentos que indefectiblemente terminaron con altos niveles de pobreza, recesión, caída de la actividad y con pérdidas de puesto de empleo.
Entre los desafíos que tiene Milei, está el de superar con su propio sello las referencias al pasado, inclusive con figuras del siglo 19 (Juan Bautista Alberdi, Domingo Faustino Sarmiento y Julio Argentino Roca). De eso y del relato que sea capaz de articular, con la combinación de sus pensamientos y el cruce con la realidad, se dará la posibilidad de la existencia de un mileismo.
La proclamación de una nueva era requiere de un liderazgo que la conduzca. Esa será la vara que deberá sortear Milei, acaso un reto que ni soñaba hace un par de años, cuando los estudios de televisión eran su escenario habitual.
Se apagaron las luces. Es también el tiempo de las sombras.