Entre la Argentina que se extingue y la sociedad decente, los desafíos de lo común

En un contexto de crisis estructural, Martín Hourest propone repensar la sociedad argentina desde la imaginación, el cuidado y la autonomía. Entre la restauración jerárquica y el porvenir común, el autor plantea una agenda de transformación para abandonar la humillación estructural y construir una sociedad decente, basada en compromisos colectivos, nuevos pactos de derechos y una democracia con poder real.

Al lector

La necedad, el error, el pecado, la tacañería,

Ocupan nuestros espíritus y trabajan nuestros cuerpos,

Y alimentamos nuestros amables remordimientos,

Como los mendigos nutren su miseria.

Nuestros pecados son testarudos, nuestros arrepentimientos cobardes;

Nos hacemos pagar largamente nuestras confesiones,

Y entramos alegremente en el camino cenagoso,

Creyendo con viles lágrimas lavar todas nuestras manchas.

Charles Baudelaire


La Argentina que nos parió o nos acogió se extingue definitiva e inapelablemente. Seremos las últimas generaciones que convivieron con ella.

La Argentina se extingue, la cuestión es que se extinguirá, que continuará cambiando, que sucederá a estas formas e instituciones de la convivencia y sobre todo cómo será la metamorfosis de los argentinos.

El país se deshace ¿ Como se harán de nuevo los argentinos? . ¿Con qué materiales de su historia, de sus luchas , sus sueños y sus fracasos, con qué esperanzas van a dar respuesta a esa pregunta?Solo la práctica histórica podrá decirlo.

Estas incertidumbres y una disputa acompañan su final.

La disputa es si la indetenible reconversión social la va a realizar una mercadocracia que nos empuja a la barbarie y al desprecio o una democracia igualitaria que nos dé la oportunidad de producir una sociedad decente.

Esto sucede en momentos en que el mundo está inmerso en una época que pone en tela de juicio el valor de la paz, la democracia , los estados de derecho y los de bienestar, el medio ambiente y la cultura de la solidaridad.

Una economía mundial de bajo crecimiento y ampliación de las brechas sociales. Una polarización de las capacidades humanas más allá de la polarización de los ingresos y las riquezas.

El surgimiento de un orden económico, social y político donde los actores predominantes son las empresas de la economía digital (Amazon, Apple, Google, Facebook, Alibaba, Youtube, Baidu, etc), los gigantes financieros gestores de capital (BlackRock, Blacktone, Vanguard, State Street) y los diseñadores de las cadenas de valor.

Fruto de fracasos reiterados de etapas donde predominó una intervención estatal como de salvajes experiencias privatizadoras y desreguladoras la sociedad argentina se mostró incapaz de generar riqueza de forma sostenida y de avanzar en la distribución de la misma.

A cincuenta años vista el crecimiento ha sido minúsculo y la distribución de la riqueza y los ingresos horrorosa.

Esto significa que no se pudo reproducir de manera ampliada el sistema acuerdos y conflictos que permite al capitalismo sostener sus promesas de legitimidad y oportunidad.

En paralelo, más allá de enormes conquistas democráticas adquiridas, la fragmentación, la frustración, el desprecio a las necesidades y el comportamiento corporativo y egoísta de las instituciones políticas, sindicales, culturales, etc. fueron destruyendo y corroyendo las formas de representación, de intermediación social pero también el imaginario social que le daba soldadura a la convivencia.

Tanto sea por la destrucción de la base material, por las relaciones de fuerza adversas o por el agotamiento de imaginarios “oficiales” desanclados de la vida cotidiana, lo cierto es que hoy la sociedad se siente y se forma, se reconstruye y se produce todos los días desde el peligro, la angustia, el miedo y el resentimiento.

La incertidumbre y la disputa en la que estamos insertos puede sintetizarse en la opción: restauración o imaginación.

Restaurar es subordinar.

Restaurar no es lo mismo que rescatar de entre las ruinas aquello que sirve y persiste (la implacable continuidad de impulsos por la igualdad y la justicia, la libertad humana y la lucha contra el desprecio), es intentar con violencia material y simbólica llevar a la sociedad a un pasado perdido, inexistente, glorioso y redentor. Sea que se encuentre en el siglo que sea según qué campamento reaccionario se frecuente.

La restauración tiene el recurso de la melancolía , alimentado con carne de dolores y esperanzas rotas, para movilizarse en su campaña reaccionaria. La restauración es jerárquica, brutal, no admite debates ni cuestionamientos, tiene sus dueños, sus héroes y sus villanos.

Imaginar es liberar en pensamiento y en acto.

La imaginación implica cuestionar el cierre del pensamiento y la práctica. Impugnar las jerarquías, cambiar las preguntas, poner la hoja/pantalla en blanco delante de cada uno para darle formas a lo deseable y hacer los cálculos de lo posible.

A diferencia de la restauración que tiene al mito y a sus operarios para ser reproducida, la imaginación requiere de un proceso colectivo, de una confrontación de iguales, de paridad de capacidades, de puesta en valor de las dudas para hacerse realidad.

La imaginación no fija con silencios, palos o monedas un concepto de vida buena. Le basta con reconocer que no hay vida buena sino intentos de vivir bien en común, iguales, diversos y libres.

Imaginación y causas comunes

Identificamos tres causas de lo común: la autonomía, el futuro y el cuidado.

Autonomía significa e incluye la toma del control de nuestras vidas. Una autonomía que, para realizarse, necesita de los otros. En sociedad no hay proyecto de autonomía que pueda hacerse repudiando a los otros, despreciando a los otros o humillando a los otros.

La autonomía individual sin ejercitarse en acuerdos sociales revisables es pura violencia.

El control de nuestras vidas pasa por entender la libertad como no dominación y como ausencia de desigualdades no queridas.

Es la agenda del tiempo y la decisión propia,del nuevo mundo del trabajo, del ingreso ciudadano, de la infancia no pauperizada, de la juventud no infantilizada, de la vivienda como bien social, de la medicina asociada a la salud y no a los ingresos, de los mayores no maltratados o abandonados.

El futuro implica el espacio común de nuestros proyectos. El resultado de ordenar en el tiempo las prioridades. La capacidad de planificar la vida individual y la social y diseñar nuestra protección frente a cambios económicos, sociales y ambientales.

Pero el futuro es, fundamentalmente, una dimensión liberadora. Pensar y hacer futuro, producir futuro nos aleja de una de las hipotecas más crueles y gravosas, más ineficaces y más hipócritas que nos impone la decadencia: la herencia. El “allí de donde vengas terminaras, no tenés mérito, etc,”.

El futuro es lo que somos porque es lo hacemos a partir de lo que nos trajo hasta acá.

El cuidado es la institucionalización del reconocimiento y el trato que le sigue. Por eso la idea de cuidar en común lo que se considera común implica la preservación de valores, objetivos y la ampliación, siempre inacabada que va desde el hogar, al ambiente, pasando por las diferencias y las etapas de la vida. Va más allá de un pacto intergeneracional o de interseccionalidad fundamenta una nueva convivencia. Es la constitución de un tiempo colectivo y de un tiempo individual.


La Torre de Babel, por Pieter Bruegel (1563)
Con su perspectiva elevada y detallismo minucioso, Bruegel retrata la mítica torre bíblica como símbolo del orgullo humano y su consecuencia: la fragmentación. En el contexto del artículo de Martín Hourest, esta imagen representa una advertencia: el peligro de una sociedad que, deslumbrada por su propia soberbia, pierde el lenguaje común y la posibilidad de construir en conjunto. Entre la restauración jerárquica y la imaginación colectiva, la Babel moderna puede colapsar… o reinventarse.

Título original: De Toren van BabelMuseo: Kunsthistorisches Museum, Viena (Austria)Técnica: Óleo (114 x 154 cm)

Los compromisos

Las desigualdades y sus consecuencias nos ponen en peligro como sociedad.

Combatir con eficacia y ética las desigualdades no puede hacerse sin plantear cambios estructurales necesarios.

La reformulación de la vida en común requiere de acuerdos y compromisos. Establecer prioridades, planificar políticas, crear entornos favorables, movilizar conciencias y actores sociales diversos no puede limitarse a la enunciación de propuestas de ocasión o a plebiscitos fugaces en las redes.

Un compromiso es una idea dicha y puesta en práctica en común. Un compromiso es un abrazo.

Sin perjuicio de otros que puedan plantearse y de la necesaria presentación ampliada de los presentes queremos dejar sentada esta agenda:

Revolución ciudadana que convoque a reconstruir la amistad colectiva y el necesario imperio del respeto a la dignidad. Esto implica una democracia con poder y una justicia con independencia fuera de las delegaciones de funciones, las situaciones de emergencia, las defensas corporativas de los poderes institucionales, las tendencias malsanas a la acumulación de privilegios, la corrupción política y judicial, la subordinación de la política al dinero y la autoprotección de elites. Revolución ciudadana es establecer que la democracia es mucho más que un sistema de gobierno y encuentra su lugar en un régimen social de vida cotidiana. No es solo votar sino crear lugares donde la voz y las decisiones populares construyan poder. La degradación de la democracia en un absurdo demos sin poder ( objetivo central de esta reconversión social) convertirá a la sociedad en un mero espacio de valorización y extracción de excedente donde se chocara y desconfiaran individuos hiperconectados, manipulados por el algoritmo y colgados de la nube.

Nueva prosperidad que solo puede construirse con igualdad social, mayores y mejores bienes públicos, democratización de la tecnología, cancelación del despilfarro, nuevos actores y sectores productivos, nuevos compromisos sociales y fiscales y nuevas conformaciones de los mercados.

Una prosperidad que nace de una planificación concertada y no de la violencia de los mercados o de la arbitrariedad burocrática y que tiene en claro que mayor riqueza no puede ser la contrapartida de una destrucción salvaje de la sociedad y de un saqueo del ambiente.

No podemos como país estar esperando que decidan por y sobre nosotros rentistas del subsuelo , administradores de fondos de inversión o comités estratégicos de empresas transnacionales. En un mundo que cambia y se vuelve hostil no puede carecer de objetivos y cederlos a planificadores de riesgos y ganancias privados.

La barbarie es la venganza del poder de la renta (sea esta financiera, del subsuelo, del monopolio), de la herencia y de la fuerza bruta, por sobre las luchas y acuerdos productivos, la estrategias industriales, la democratización de la ciencia y la tecnología y la creciente provisión de bienes públicos de calidad.

Barbarie, ineficacia económica y degradación política son consecuencia de pretender que los boom de los recursos naturales (gas, soja, litio, petróleo), o dispositivos de saqueo ( privatizaciones, endeudamiento), o el hundimiento de la seguridad social universal extendida (educación salud, previsión, protección al trabajo), pueden servir para disparar y sostener una sociedad no desaforadamente injusta y violenta.

Nuevo pacto de derechos que se haga carne y experiencia vivencial en los enunciados que implican mayor disponibilidad y garantía de capacidades de cada uno. Esto implica una nueva fiscalidad que impulse la creación de riqueza colectiva, desincentive lo suntuario y las acumulaciones ineficaces y antiéticas de grandes patrimonios.

Consentir a la disparatada concentración de los ingresos su agravamiento con una mayor concentración de la riqueza no sólo es moralmente repudiable sino económicamente absurdo. El pacto de derechos obliga a diseñar una nueva estatalidad con prioridades reales y efectivas. El estado debe elegir dónde y por cuanto tiempo intervenir para no convertirse en rehén de intereses privados. Del mismo modo asumir que el financiamiento es el principal “verificador de verdad” de la política y que el pensamiento igualitario se evidencia cuando supera el test de ¿ a quien primero?. “Todo para todos ahora” es una cobardía recubierta de hipocresía.

Como señalamos en otra parte “La sociedad es indecente (no su gobierno, ni sus dirigentes, ni las rutinas o anomias que la acechan), si para existir como tal, admite la existencia de la humillación sistemática. Si obliga a la vergüenza, a la autoinculpación, a la resignación y al abandono como forma de adaptación. Si descarga sobre cada hombre o mujer el peso de la construcción de su futuro y lo hace individualmente responsable de su fracaso.

La sociedad decente es mucho más que dejar de robar, coimear y empezar a controlar y rendir cuentas es transformar el sistema económico, social, cultural y político buscando aquellos lugares terribles donde “suele bajarse la mirada, encogerse de hombros y masticar la culpa u odiar al semejante asociándolo con un explotador o un ladrón de oportunidades”.

La humillación, el abandono, el desprecio y la explotación que son parte sustantiva de nuestro sistema social requieren que se coloque a la igualdad como eje del mismo, al cambio estructural como sendero y a la política y los acuerdos como medio.

No se trata, por tanto, de producir nuevos y más bienes públicos y privados y representatividades legitimadas, se trata de producir sociedad.

No se puede derrotar al presente con resistencia, solo se hará con imaginación de futuro.

A trabajar.


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