(Por Martín Hourest) Hablamos de los trabajadores, los que se toman en cuenta (para contarlos en algun balance que no sabemos para que sirve) y los invisibles.
Los que se sienten así (trabajadores) y los que viven “haciendo algo”.
Algunos con orgullo, otros con nostalgias, muchos resentidos y dolidos.
Abrumados para llegar, caídos en la propia derrota, ya exhaustos antes de empezar porque se sabe que “ganar” no es mejorar. Es, apenas, estar un poco menos inseguros.
Hablamos de mujeres y de hombres que venden su tiempo, es decir su vida, por una porción de certeza o de algo que se le parezca.
Hablamos de los que producen la riqueza y se llevan carencias y ansiedades
Hablamos de sueños, aunque sean pesadillas.
Hablamos de esperanza de la libertad y de la cárcel de la precariedad, el riesgo y la necesidad.
Hablamos de los que creen que falta poco para que les toque, o de los que suponen que no les toca porque no lo merecen.
Hablamos de los vencedores y de los derrotados y aun de los que no identificaron cual es la pelea.
Los muertos vivos, caídos, en la guerra con la frustración.
Son los que limpian inodoros, gestionan la hiperconectividad, ensamblan autos, reponen mercadería, programan, cortan una camisa, diseñan un derivado financiero, cambian los pañales de los ancianos, pedalean con una mochila, recorren surcos, arriman un café , recetan tranquilizantes, enseñan el alfabeto, colocan una sonda, venden en estaciones de tren. Perdón por las ausencias.
Están por todas partes. Son millones.
Son la mayoría del mundo.
Pero son una mayoria que no cuenta. Hay que dividirla. Hacerla restos que no puedan recomponerse.
Hay que descontar para acumular, ese es el juego.
No tiene sentido hablar de la muerte del trabajo si se pueden descontar los trabajadores. Buscar bolsillos donde guardar ” colaboradores y asistentes”.
Una torre de Babel de las horas de la vida donde trabajo no quiere decir nada.
Porque lo importante es competir.
Aquella clase trabajadora, la del Estado de Bienestar (el pacto frente a la guerra, la muerte y la brutalidad del capital), ni siquiera se bate en retirada; apenas si debate qué es y para qué sirve hoy.
La derrota de los trabajadores deja al capital escribiendo el monólogo de nuestra vida.
Esta a la vista. Desempleo, vulneración de derechos sociales y castigo a los más débiles y peor integrados. Desproteccion y desprecio.
No son batallas, son torneos de caza.
Pero, cuidado, no estamos afuera.
Somos las entrañas del mundo. De su crueldad, de sus diferencias, del silencio complice que ahoga, mirando hacia otro lado, mientras pisa.
“Sin pan y sin trabajo”
Autor: Cárcova, Ernesto de la; (Argentina, Buenos Aires, 1866 – Argentina, Buenos Aires, 1927).
La obra está expuesta en el Museo Nacional de Bellas Artes.
Estamos en Argentina.
Un lugar donde los jóvenes, más jóvenes, y las mujeres pagan desde hace décadas la cuenta de una farsa de lo que llaman mercado de trabajo.
Donde la clase media siente y sabe que sus hijos tendran títulos, viajarán más, hablarán idiomas, pero estarán peor.
Este país donde la herencia de grupo, de familia, o de lugar, nos marca la llegada.
El sitio definitivo, el cerco sin alambradas.
Usemos el descanso no para el abandono sino para la inquietud.
Van por los trabajadores de todo tipo y vienen por la democracia. Ese conflicto central entre mercancía y derechos, entre totalitarismo mercado y sociedad decente ni fue superado ni esta aquietado.
Respiramos, todos, aun los que se ven lejos del peligro, el peor aire de los peores tiempos desde la vuelta de la democracia.
No se fueron los 90, continuaron sigilosos, mientras se creía que estaban enterrados.
Persistieron haciendo realidades e imaginarios.
Mientras se hablaba de país para todos, la vida se astillaba y las personas se fragmentaban, era más cómodo consumir que transformar, pontificar epopeyas en lugar de alterar las reglas gruesas del orden.
Ya está.
Ni el fracaso del mercado de los 90 (ni sus fracasados de ayer y hoy), ni el fracaso del Estado de los 2000 (con sus melancolicos sin destino), tienen nada para ofrecer.
Ojala nos demos un rato. Un intento menudo, discreto y corajudo, de pensar desde las derrotas y fracasos, como reconstruir la igualdad y la solidaridad.
No, no son valores confortables, son desafíos a nuestras propias miserias.
Por eso no hay Feliz Día Trabajadores.
Hay que trabajar sin miedo, ni permiso, por nosotros mismos.
Martín Hourest es economista. Realizó estudios superiores en el Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES) y obtuvo un posgrado en Relaciones Internacionales en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO).
Militante político desde 1973, participó durante la dictadura militar de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH). Fue fundador del Frente Nacional contra la Pobreza (Frenapo) y director del Instituto de Estudios de Asociación de Trabajadores del Estado (ATE). Ocupó diversos cargos públicos.